domingo, 11 de febrero de 2007

02/11/2007

Marisella Vega

Mi hermana me dejó en la canasta al lado de mi sillón, un ejemplar de la tercera novela de Cristina García, Monkey Hunting. Ella sabía que me interesaría saber más de los cubanos chinos.

Hemos sabido que forman parte de la comunidad en exilio tanto en Miami como en Nueva York. En esta última ciudad, los restaurantes son pequeños refugios en los que nos recogemos para conectarnos con nuestra cubanidad.

Supe de ellos en Miami por primera vez en el restaurante Chino Cubano en la calle 8 de la pequeña Habana, donde se servía un excelente arroz frito, acompañado de maduros fritos. Recuerdo haber estado sorprendida que los meseros chinos hablaran perfecto español.

No hablaban inglés. Mientras comíamos, nuestros padres nos dijeron que Habana tenía un sector chino. No nos dijeron que la esclavitud de los cañaverales fue lo que los llevó allí.

Lo importante de la novela de García es que los personajes son de una comunidad cubana a la que no se le hace caso: los inmigrantes chinos a Cuba y sus descendientes, tanto en la isla como más tarde de exiliados a los Estados Unidos, bajo el alias de cubano-americanos de ascendencia china.

La inmigración china a Cuba comenzó en 1847, cuando los españoles llevaron a contratistas de Cantón a cortar la caña. Durante las próximas décadas, cientos de miles de trabajadores llegaron de Hong Kong, Macau y Taiwan. Trabajaban junto a o remplazaban a esclavos africanos, según Wikipedia.

Con el tiempo, al finalizar sus contratos de ocho años, o escapando los campos, muchos se transfirieron a la capital. En su auge, la población china en Cuba se calculaba en unas 200.000 personas.

El sector chino de La Habana fue uno de los primeros establecidos en América Latina. Los inmigrantes abrían pequeños negocios, entre los que había supermercados, salones de belleza y restaurantes. Cuando el estado nacionalizó la empresa privada en 1959, muchos chinos llegaron exiliados a los Estados Unidos.

En 1997 el sector chino de La Habana experimentó algo de un renacimiento, gracias a financiación recibida de los gobiernos de Cuba y la China, indica un informe de Reuters. Se levantó un portón chino y al año construían otro.

El personaje principal de García, Chen Pen, de 20 años, es representante de la esperanza de tantos inmigrantes: hacer dinero con el trabajo y volver a su tierra patria un hombre rico.

Después de un viaje horrendo por mar, el Pen ficticio llega a Cuba en 1857. Rápidamente comprende su rango social: es esclavo, como los otros que cortaban la caña y que vienen de Africa. En las haciendas cubanas, los africanos, chinos, españoles y criollos luchan por sobrevivir y dominar.

A muchos les parecerá monolítica la experiencia de los cubanos en exilio. Que todos vivimos en Miami, votamos republicano, y estamos aguardando el momento que se muera Castro para volver a casa. Pero García sabe, por experiencia propia y por sus personajes que sus historias y a lo que aspiran y que tienen tanta variación como los mismos exiliados.

“No existe un solo exilio Cubano”, dijo García en Voices from the Gaps, un sitio web internacional.

Ciertamente, sus historias son tan variadas como los individuos que las viven y narran.


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