Publicado el 02-22-2007
La Revista del Diario de Las Americas
Por Jesús Hernández
Belkis Proenza protagoniza Jinetera. Foto: J.H.
Ha sido la sátira el patrón aplicado por muchos autores cubanos para manifestar sus desavenencias y reprobaciones sobre la muy singular Cuba de hoy. Una fórmula que a veces logra burlar la censura en la isla, pero en el extranjero se alza con un texto más definido. Como es el caso de la pieza escrita por Manuel Lorenzo Abdala, que titulada Jinetera aborda la triste, cuestionable y muy antigua profesión de la prostitución como vía de supervivencia en el país caribeño. Una atractiva ponencia que trae a Miami, luego de mostrarla con éxito en España y Alemania. Una puesta en escena que dirige y presenta bajo los auspicios del grupo Havanafama en su salita de La Pequeña Habana.
Manuel Lorenzo basa su argumento en hechos reales. Su ocupación como periodista le facilitó la búsqueda de la información que más tarde daría forma a Jinetera. Cuatro cubanas que, luego de vivir y malvivir sus días y años como prostitutas al servicio del extranjero, logran salir de la Isla e instalarse en España y Alemania respectivamente. Una tumultuosa historia que el escritor relaciona con el décimo pétalo de un lirio. Inusual encuentro que, tal como antes sucedió, hace creer a la protagonista que algo muy especial volvería a ocurrir en su vida.
Afincada en la isla de Tenerife, Canarias, donde trabaja en una florería, Vicky acepta la invitación de sus antiguas compañeras de profesión para visitar el país germano, donde aparentemente le esperaba un horizonte mejor. Una exhortación que aceptó luego de haber sido lo que fue, además de soplona, espía y objeto institucionalizado de manipulación y placer.
El autor emplea la técnica del monólogo para encarnar el personaje central que, reforzado por una serie de aditamentos escénicos, plantea el recuento de un pasado inolvidable, aunque a veces excesivamente cambiante, al mismo tiempo que fundamenta la esencia de las supuestas amigas y arremete contra los que, sin ser precisamente jineteros, portan una conducta social igualmente inmoral. Un reencuentro que, lejos de ser placentero, resulta en una confrontación de ideas y culturas dada por la diferencia de edades, formación, experiencias vividas e incluso la raza. Ese elemento de segregación medio escondido que con tanto esmero negamos. Todo esto acicalado por el lenguaje trivial y la figuración corporal que no sólo son elementos realistas, sino, además, necesarios para transmitir el carácter de los personajes.
La escenografía está dada por la ya usual sala negra que caracteriza el local, esta vez reforzada por un escenario que corre a lo largo de su lado mayor y donde unas flores sobre un tocador, dos maniquíes, una mesa de bar, un biombo traslúcido y un conjunto de simbólicos objetos situados sobre el plató esperan su turno para ser utilizados según el parlamento.
El preámbulo de la puesta en escena está dado por la presencia de dos putonas a la entrada del teatro y la subsiguiente interacción con dos presuntos hombres hambrientos de hembras que deambulan por la acera de enfrente. Así como el pintoresco personaje que ejerce la taquilla y que, moño hecho en peluquería y mucho colorete a tono, parece simbolizar la jinetera mayor del clan. Ellos dados por Vivian Morales, Anniamary Martínez y Barbarita (Tuntún) Ramos. Ingredientes que el director, teniendo en cuenta su experiencia como directivo de escena en la televisión cubana, sabe poner a funcionar.
Belkis Proenza es Vicky. El personaje que cuenta su vida y la de las demás. Una interpretación que logra ser enérgica y convincente a lo largo de los muchos momentos que caracterizan su incursión protagónica, que incluye además alguna pirueta que consigue maniobrar.
Resalta asimismo la aparición oportuna de unos músicos, Nelson y Alex Jiménez, y unas voces, Vivian, Isaniel Rojas y Anniamary, que, a modo de murga, aunque vocalmente muy pobres, satirizan cada una de las situaciones con fragmentos de canciones alegóricas. Muchas de ellas compuestas por el dúo Aytana y Maneco allá en España.
Convincente es también la interpretación de Vivian al representar un baile negroide, típicamente afrocubano, que proyecta uno de los personajes que allí se mencionan.
Sin embargo, uno de los cuadros eróticos, planteado por medio del biombo traslúcido que antes mencionaba, resulta ser innecesario e incluso contradictorio si tenemos en cuenta el sentido libertino de las escenas anteriores.
En Jinetera sobresale la intención crítica de Manuel Lorenzo que, sin dejar muy claro si se trata de una lamentable profesión por necesidad o vocación, no ahonda en los veinte mil sinsabores sociopolíticos que ocasionan este fenómeno, pero denuncia el siempre esperado ocaso de una sociedad dado por una dictadura.
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