Karen Marón
El Universal
Miércoles 23 de agosto de 2006
TIRO, Sur de Líbano.- "Nosotros no sabíamos que era una bomba. Creí que era una pelota y quería jugar, pero explotó de pronto", intenta explicar Hassan Tahiri desde su cama en el hospital Jabal Amel de Tiro. El niño de apenas 10 años es una de las víctimas del 20% de bombas de fragmentación y obuses que no han explotado, y que ponen en peligro a miles de seres humanos.
La pequeña Sukna Marahi lo observa desde la cama lindante del segundo piso del heroico hospital, que ha recibido la mayor cantidad de heridos durante el conflicto. Unos hermosos ojos marrones sobresalen en su rostro con la cabeza cubierta por la gorra hospitalaria obligatoria. Cambia de humor varias veces en breves instantes, y habla con Hassan, intentando contrastar el hecho que hoy los deja postrados. La niña estaba a punto de sostener el juguete, cuando estalló frente a sus ojos.
Hassan y la pequeña Sukna, de 12 años, han quedado marcados por la tragedia, producto de los 150 mil explosivos de diferentes tamaños y modelos, todos letales, que Israel ha lanzado sobre el país durante 32 días.
Hasta el momento, la mayoría de las bombas que se encontraron en el suelo de los pueblos atacados son de fabricación estadounidense y han dejado un saldo posguerra de ocho muertos y 50 heridos.
Los niños, oriundos de Aaita Ech Chaab, llegaron a la unidad de cuidados intensivos del hospital de Jabal Amel, donde el doctor Abdalá Houni de 49 años los recibió para darles los primeros auxilios y el cirujano cubano-libanés Abdul Naser, que atendió a más de 600 personas en un mes, salvó la vida de los niños, tras casi cuatro horas de operación quirúrgica, que dejó a Hassan con dos pedazos menos de intestino delgado, y una cicatriz imborrable en el cuerpo y en el alma.
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